La economía y la ecología se han visto obligadas a viajar de la mano

Pedro Luis Martín Olivares – Muchos hemos tratado de buscar el lado positivo a la crisis de la pandemia del coronavirus, uno de ellos y muy sensible, por cierto, son los resultados ecológicos, que se han derivado de nuestro encierro y la neutralización del aparato productivo, el cierre de plantas, la paralización del transporte liviano y de carga.

Sin embargo, no es una razón para celebrar, porque lo que el planeta Tierra necesita no es un evento fortuito que nos recuerde que mal están las cosas, sino una disminución constante de contaminación a largo plazo. Lo que sí es indudable, es que la pandemia ha reafirmado que existe una compleja conexión entre un planeta sano y el sistema económico global.

Arthur Cecil Pigou fue un economista inglés, conocido por sus trabajos en la economía del bienestar y de los impuestos pigouvianos, usados para corregir las externalidades y reciben ese nombre en su honor. Su obra serviría de base para el desarrollo del Teorema de Coase. Desde que el economista identificara la transferencia de costos de daño ambiental de las empresas a la población afectada como externalidades negativas, hasta el debate actual en pro del ambiente, la economía y la ecología se han visto obligadas a viajar de la mano.

La economía del bienestar de Pigou tenía como fin el poner de manifiesto ejemplos en los que la búsqueda de la ganancia privada no redundará en bienestar para la sociedad, e incluía un gran número de casos. Ofrecía, de hecho, un tratamiento sistemático de dichos ejemplos, muchos de los cuales, sí bien en forma aislada, habían sido ya examinados por otros escritores anteriores, que los habían señalado como excepciones específicas de la doctrina del laissez faire de los intereses armónicos.

El trabajo de Pigou transformó lo que hasta entonces habían sido excepciones aisladas, en un sistema integrado y que representaba por ello una rotura más pronunciada con la doctrina de la armonía. Abría un amplio campo de oportunidades para la política pública y constituía un primer intento de desarrollar una teoría razonada de dicha política. La economía del bienestar de Pigou, con su apoyo de una mayor difusión de la renta, tiene su imagen en el estado de bienestar social o estado nodriza, que proporciona seguridad social y da oportunidades para un consumo casi uniforme en sectores como la educación, la vivienda y la sanidad.

En la Inglaterra natal de Pigou, las instituciones del estado de bienestar llegaron a equipararse a las medidas socialistas que habían dado por resultado la nacionalización de importantes sectores de la industria. Pigou, a diferencia de su antiguo profesor el economista británico Alfred Marshall, no rechazó dichas medidas, sino que estuvo a favor de muchos de los objetivos de los socialistas, aunque oponiéndose a la empresa pública. En su «Socialismo versus capitalismo», publicado en 1937, Pigou adoptó en realidad una posición muy parecida a la de los socialistas fabianos. Sugirió que en las nuevas y cambiantes circunstancias y con la aparición de las corporaciones públicas, Marshall hubiera quizá cambiado de opinión.

Hoy en día, esa semilla de Pigou sigue su curso histórico. Joan Martínez Alier, economista catalán que fue galardonado con el Premio Balzan por «la excepcional calidad de sus contribuciones a la fundación de la economía ecológica. Expresidente y uno de los fundadores de la la Asociación Europea de Economía Ambiental y de la Sociedad Internacional de Economía, consagrado toda su vida académica a estudiar la relación entre los desafíos medioambientales y la economía, contribuyendo activamente a la promoción del concepto de justicia medioambiental. De los trabajos de Martínez Alier derivan afirmaciones que son importante comentar a continuación.

La Economía Ecológica es una crítica de la ciencia económica habitual. El PIB ha crecido, pero se destruye la biodiversidad. Se usa carbón, petróleo y gas que producen un exceso de dióxido de carbono y por tanto cambio climático. Los daños no se restan del PIB. Existe una relación perversa, cuando la economía industrial crece, los ecosistemas tienden a destruirse.

Es evidente que el actual modelo económico está agudizando el problema del cambio climático y el deterioro del medio ambiente, de allí la necesidad de ir cambiando la manera de medir lo que hacemos e incorporar en el regateo político la prioridad ambiental.

El proyecto Atlas de la Justicia Ambiental, por ejemplo, es un inventario que recoge los conflictos ambientales que en este momento existen en el mundo, los cuales ascienden a 3.310, entre los cuales se podrían destacar la explotación de petróleo de Chevron-Texaco en Ecuador y la de Shell en el Delta del Níger, en Nigeria, pero hay cientos y cientos de casos parecidos.

Cuando la economía industrial crece, dice el economista ecológico, los ecosistemas se destruyen. Continuamente busca nuevas materias primas en las fronteras de la extracción, desde la Amazonía hasta el Ártico. Ya sea petróleo, carbón, gas natural, mineral de hierro, cobre, soja o eucaliptos para pasta de papel, entendiendo que sí se quema carbón o petróleo no se puede quemar dos veces ya que no son reciclables. Eso se indica con la expresión más fundamental de la economía ecológica: la economía industrial no es circular, sino que es entrópica. Significa que cuando la economía industrial está en marcha, pierde inevitablemente energía y materiales y eso ocurre porque la energía que usamos desde hace 200 años -petróleo, carbón y gas natural- sólo se puede usar una vez.

El aluminio, por ejemplo, se obtiene a través de una roca llamada bauxita a la que se bombardea con mucha electricidad. El aluminio se utiliza entre otras cosas para las latas de conserva, de las que se reciclan sólo entre un 10-20%, y en otros materiales la cifra es muy inferior.

La entropía es una palabra de origen griego que los físicos empezaron a utilizar alrededor de 1870 para probar que la energía no se recicla. Estamos poniendo tanto CO2 en la atmósfera que este se está acumulando y produce el llamado efecto invernadero. El consumo ha venido subiendo mucho más rápido que la población, por lo menos hasta el pasado año, año en que el mundo se detuvo.

Hay más energía del viento y fotovoltaica, sin duda, pero a nivel mundial se añade a las fuentes anteriores, carbón, petróleo, gas. El carbón aumentó siete veces en el siglo XX y ha continuado aumentando hasta el 2020. El petróleo y el gas, mucho más a nivel mundial.

La epidemia de gripe española de los años 1918 y 1919 dio paso a los locos años 20 y ahora se espera un consumo desaforado y alocado una vez que en el coronavirus sea doblegado impactando negativamente desde la mirada de la economía ecológica. El confinamiento ha revelado que podemos vivir consumiendo muchísimo menos.
Hace falta aumentar un «consumo» social de atención sanitaria y de vivienda pública. El consumo de vivienda pública debería crecer, sin hipotecar a la gente. El consumo de viajes en avión debe decrecer. La agroecología debe crecer a costa de los monocultivos que usan agrotóxicos.

Esta pandemia ha puesto de manifiesto que el PIB es un índice de medida con muchas carencias. El PIB se olvida de contar el trabajo gratuito de cuidado de las personas, el cariño gratuito o las obligaciones familiares y sociales gratuitas, no lo suma porque no se paga en el mercado, ni los tomates o granos que se producen en huertos familiares. Si se produce para el consumo de la familia y amigos, eso no se suma. El PIB no suma actividades que se realizan fuera del mercado y no resta los daños ambientales. Las empresas casi nunca pagan sus pasivos ambientales, es obvio.

Y sí, el PIB parece no ser un buen indicador. El mundo no es cuadrado, estático, blanco y negro. Es hora de actualizar fórmulas, revisar y adecuar teorías, es hora de sumar diversos indicadores físicos y sociales que son invisibilizados. También, es necesario no seguir usando la expresión «riqueza generada», porque poner más CO2 en la atmosfera y destruir biodiversidad no es precisamente generar riqueza vital.

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Pedro Luis Martín Olivares
Economía y Finanzas

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