Dos países lideran la geopolítica de los negocios

Pedro Luis Martín Olivares – “Cuanto más atrás se pueda mirar, más adelante es probable que se vea…” dijó Winston Churchill. Luego de la pandemia al parecer todas las predicciones se han caído y sólo queda echar un ojo atrás. Sí bien es cierto que la historia no es una muy buena guía para el futuro, es la única que tenemos.

Más o menos hace 20 años se escribía una historia donde la quiniela de los expertos dibujaba expectativas distintas, el precio de las acciones de una startup dirigida por el entonces desconocido y entusiasta Jeff Bezos cayeron un 71% en 12 meses. Las expectativas de las empresas estadounidense se desplomaron con el colapso de los puntocom y el fraude de $ 14 mil millones en Enron. Mientras tanto, en el otro lado del mundo China estaba luchando por privatizar sus chirriantes empresas estatales, y había pocas señales de que pudiera crear una cultura empresarial. La apuesta segura se perfilaba hacia Europa donde una nueva moneda única prometía catalizar un mercado integrado gigante favorable a las empresas.

Pero al igual que en un juego de futbol, la destrucción creativa a menudo hace que las predicciones parezcan tontas. Según estos estándares, el mundo empresarial posterior a una pandemia es dramáticamente diferente de lo que podría haber esperado hace dos décadas. Las empresas de tecnología hoy comprenden una cuarta parte del mercado de valores mundial y la combinación geográfica se ha vuelto sorprendentemente desigual. Estados Unidos y China están en ascenso, y representan 76 de las 100 empresas más valiosas del mundo. La cuenta de Europa ha caído de 41 en 2000 a 15 en la actualidad.

No hay garantía de nada. En sí mismas, las grandes empresas no son mejores que las pequeñas. Antes de comenzar las eliminatorias en la copa mundial todos ovacionamos a los grandes y queremos ver a un Messi dominar la cancha, pero hace falta mucho para que Argentina consiga el éxito. Igualmente pasa con las grandes empresas, ser grande puede ser un signo de éxito, pero también de pereza. El estatus de Japan Inc se disparó en la década de 1980 sólo para colapsar.

Saudi Aramco, la segunda empresa más valiosa del mundo, no es tanto un símbolo de vigor de 2 billones de dólares como la peligrosa dependencia de un reino del desierto de los combustibles fósiles. Aun así, el tipo correcto de empresa gigante es un signo de una ecología empresarial saludable en la que se crean empresas grandes y eficientes. Este el secreto para mejorar el nivel de vida a largo plazo.

Una forma de capturar el dominio de Estados Unidos y China, es comparar su participación en la producción mundial con su participación en la actividad empresarial, que no es más que aquella definida como el promedio de su participación en la capitalización bursátil mundial, los ingresos de las ofertas públicas, la financiación de capital de riesgo, los «unicornios» que no son otras que las nuevas empresas privadas más grandes y las 100 empresas más grandes del mundo. Según este criterio, Estados Unidos representa el 24% del PIB mundial, pero el 48% de la actividad empresarial. China representa el 18% del PIB y el 20% del negocio. Otros países, con el 77% de la población mundial, golpean muy por debajo de su peso.

¿Cómo podemos explicar que paso con Europa? Imaginemos a Cristiano Ronaldo para enfrente del arco, preparado para patear… el hombre patea y tú enfrente del televisor cierras los ojos… ¿Qué pasó? Se ha ido, el balón rozó el arco, bueno lo mismo pasó con Europa desperdicio las oportunidades. La intromisión política y la crisis de la deuda en 2010-12 estancó la integración económica del continente. Las empresas allí en gran medida no pudieron anticipar el cambio hacia la economía intangible. Europa no tiene empresas emergentes que puedan rivalizar con Amazon o Google. Otros países también han tenido problemas. Brasil, México e incluso la India estaban preparados para crear una gran cohorte de empresas globales, pero pocas han surgido.

En cambio, sólo Estados Unidos y China han podido organizar el proceso de destrucción creativa. De las 19 empresas creadas en los últimos 25 años que ahora valen más de 100 mil millones de dólares, nueve están en Estados Unidos y ocho en China. Europa no tiene ninguna. Incluso mientras gigantes tecnológicos maduros como Apple y Alibaba intentan afianzar su dominio, un nuevo conjunto de empresas tecnológicas, incluidas Snap, PayPal, Meituan y Pinduoduo, están alcanzando una masa crítica. La pandemia ha visto un estallido de energía en Estados Unidos y China y un auge en la recaudación de fondos. Las empresas de los dos países dominan la frontera de las nuevas tecnologías como las Fintech y los coches eléctricos.

¿La clave del éxito? La conjugación de muchos ingredientes y mucho sacrificio. Un vasto mercado interno ayuda a las empresas a escalar rápidamente. Los mercados de capitales profundos, las redes de capitalistas de riesgo y las mejores universidades mantienen el flujo de puesta en marcha completo. Existe una cultura que exalta a los emprendedores. Los magnates de China se jactan de su ética de trabajo «996»: de 9 A.M. a 9 P.M., seis días a la semana. Y claro es difícil imaginarnos a Elon Musk dormir en el piso, pero cuando toca, toca.

La política apoya la destrucción creativa. Estados Unidos ha tolerado durante mucho tiempo más trastornos que la acogedora Europa. Después de 2000, los gobernantes de China dejaron que los empresarios se desenfrenaran y despidieran a 8 millones de trabajadores en empresas estatales.
La reciente erosión de este consenso político en ambos países es una de las razones por las que este dominio podría resultar insostenible. Los estadounidenses están preocupados por el declive nacional, así como los bajos salarios y los monopolios. La administración Biden ha venido ganando apoyo en promover la competencia y expandir la red de seguridad social para proteger a los trabajadores afectados por la interrupción. Pero el peligro es que Estados Unidos continúe virando hacia el proteccionismo, la política industrial y, a la izquierda, impuestos punitivos al capital, que debilitan su vitalidad comercial.
En China, el presidente Xi Jinping ve a las grandes empresas privadas como una amenaza para el poder y la estabilidad social del Partido Comunista. La intimidación de los magnates comenzó el año pasado con Jack Ma, el cofundador de Alibaba, y desde entonces se ha extendido a los jefes de otras tres grandes firmas tecnológicas. A medida que los funcionarios del partido buscan «orientar» a las empresas privadas establecidas para lograr objetivos políticos, como la autosuficiencia nacional en algunas tecnologías, también es más probable que las protejan de los competidores.

Cuanto más intervengan Estados Unidos y China, más debería preocuparse el resto del mundo por la desigual geografía de los negocios globales. En teoría, la nacionalidad de las empresas con ánimo de lucro no importa: mientras vendan productos competitivos y creen puestos de trabajo, ¿a quién le importa? Pero si las empresas se dejan influir por los gobiernos nacionales, el cálculo cambia.

Las esperanzas europeas de ser una superpotencia reguladora pueden convertirse en una hoja de parra para el proteccionismo. Otros con menos influencia pueden erigir barreras. India para afirmar su soberanía, ha prohibido las redes sociales chinas y ha obstaculizado a las empresas estadounidenses de comercio electrónico. Lo peor de ambos mundos, privar a los consumidores locales de innovaciones globales y crear barreras que dificultan aún más que las empresas locales alcancen la escala, es una terrible decisión.

Todos merecen alzar la copa del mundo, por lo que al igual que en el futbol, sería una tragedia si sólo dos países del mundo demostrarán ser capaces de sostener un proceso de destrucción creativa a gran escala. Pero sería aún peor sí se apartarán de él, sentirse derrotados antes de que suene el silbato, en su lugar beberían dejar hasta la última gota de sudor en la cancha. El mejor indicador del éxito será si dentro de 20 años la lista de las empresas más grandes del mundo no se parece en nada a la actual.

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Pedro Luis Martín Olivares
Economía y Finanzas

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