Un país profundamente dividido

Pedro Luis Martín Olivares - Un país profundamente dividido
Pedro Luis Martín Olivares - Un país profundamente dividido

Un gran desafío para el liderazgo y el futuro los Estados Unidos
¿Estará el ganador a la altura de las circunstancias?

Pedro Luis Martín Olivares – Un país que grita a viva voces que posee una democracia en pleno funcionamiento, esta semana le demostró al mundo que esta visiblemente fracturado, dejando profundas reflexiones y enseñanzas. Un país que este año ha sido duramente golpeado, deja ver al mundo que en política todos son vulnerables. Una nación duramente afectada por el coronavirus, severamente su economía perturbada y además una profunda división racial, todo lo cual ha develado que, al actuar, las decisiones de los lideres políticos no son muy diferentes en circunstancias similares.

Pese a todo lo anterior, la campaña electoral por conquistar la Casa Blanca no perdió nunca su impulso, una dura batalla donde no se escatimaron los recursos económicos fue emprendida tanto por repúblicanos como demócratas, más de 13.900 millones de dólares y sangre, sudor y lágrimas fueron dejados en el campo de batalla. Sin embargo, los primeros resultados han reflejado un país potencialmente encaminado a un periodo de guerra partidista.  Es probable que el Congreso esté dividido entre una Cámara Demócrata y un Senado Republicano, aunque ese resultado puede permanecer en duda hasta una segunda vuelta en enero.

Un escenario plagado de obstáculos no impidió la participación de los votantes, quienes masivamente y junto al mejor ejemplo de civismo salieron a ejercer su derecho, como nunca antes visto desde 1900. Pero ¿podrán los políticos seguir su ejemplo?.  A estas alturas no sabemos si aplicar una lógica política o necesitamos un poco de ficción al estilo Netflix o HBO. Todo girará en torno a cuan civilizados puedan llegar a ser y sí están dispuestos a aceptar los resultados, podrá Trump honrar el lema que ha caracterizado su campaña, “Estados Unidos, primero”. El conteo de votos continúa y todo indica que las disputas entre las dos campañas deberán resolverse dentro del espíritu de la ley.

Por su parte Trump ha hecho lo que sabe hacer, montar su tarima. Públicamente afirmó que ya había ganado y le están robando la victoria. Viniendo de un hombre que juró salvaguardar la constitución de Estados Unidos, tal incitación es un recordatorio de por qué le pueden estar pasando factura. De perder los republicanos, se le estaría negando un segundo mandato a la actual administración y sólo una vez en los últimos 40 años ha sucedido tal cosa.

Por otra parte, de resultar Biden ganador, es posible que los matices de la Casa Blanca cambien. Posiblemente los tuits en mayúsculas y el constante accionar de divisiones partidistas desaparezcan. Lo mismo ocurriría con el trato propio, la mentira habitual y el uso de departamentos gubernamentales para consolidar venganzas personales. Biden, después del cierre de las urnas, ha jurado gobernar como unificador. Su victoria podría cambiar la política estadounidense en áreas desde el clima hasta la inmigración.

Está claro con lo sucedido en Estados Unidos que, a la hora de unas elecciones, estés donde estés, el populismo mueve el mundo. Con esta elección ha quedado claro que la asombrosa victoria de Trump en 2016 no fue una aberración, sino el comienzo de un profundo cambio ideológico en su partido. Desafiando las expectativas y el Covid-19, ha ganado millones de votos más en la gran participación 2020 que en la moderada de 2016. Lejos de ser arrastrados por una ola azul, los republicanos han ganado escaños en la Cámara y parecen dispuestos a mantener el control del Senado. El Partido Republicano, que cayó bajo el hechizo de Trump, mientras él estaba en el cargo, no está a punto de salir del trance ahora. Incluso es concebible que Trump, o un miembro de su familia, pudiera postularse para la Casa Blanca en 2024.

Puertas afuera el mundo ha estado observando atento, aceptando que Estados Unidos es menos excepcional de lo que les gusta creer, donde se derivan las siguientes conclusiones. Primero, los nacionalistas populistas que buscan inspiración en Trump y que ahora reconocen que su tipo de política también tiene un futuro mejor fuera de Estados Unidos. La derrota abyecta para Trump puede significar problemas para políticos como Jair Bolsonaro en Brasil y Marine Le Pen en Francia. En cambio, Nigel Farage, ex líder del Partido Brexit, está ocupado planeando su regreso. La persistencia del apoyo de Trump sugiere que el rechazo a la inmigración, las élites urbanas y la globalización, lo cual se aceleró después de la crisis financiera de 2008-09, aún tiene vigencia.

La segunda conclusión es la desconfianza en la estabilidad de Estados Unidos en el mediano plazo. Trump ha sido una fuerza transaccional disruptiva en los asuntos exteriores, que desprecia las alianzas y el multilateralismo. Biden, por el contrario, está impregnado de los valores tradicionales de la diplomacia estadounidense de su época en el Senado. Sin duda, buscará restablecer los lazos estrechos con aliados y fortalecer la gobernanza mundial, por ejemplo, permaneciendo en la Organización Mundial de la Salud y volviendo a unirse al acuerdo de París sobre el cambio climático. Pero después de este resultado electoral, todos sabrán que posiblemente las cosas podrían revertirse nuevamente en 2024.

Aguas adentro, las cosas no están sencillas, pero dejan enseñanzas para ambas partes. El mensaje más difícil es para los demócratas. De ganar Biden, puede enfrentarse al mismo escenario que Obama. El partido republicano no se lo pondrá fácil, es posible que se opongan a gran parte de su agenda legislativa o a nombrar jueces. El Congreso podría bloquear un proyecto de ley de infraestructura, una reforma del sistema de salud o leyes ambientales.

Por otro lado, estas elecciones reflejan en parte la incapacidad de los demócratas para atraer votantes blancos sin educación universitaria, especialmente en las zonas rurales de Estados Unidos. Tampoco tuvieron el éxito esperado entre los jóvenes afroamericanos y los votantes hispanos en Florida y Texas. Estas pérdidas socavan la suposición de los demócratas de que, sólo porque Estados Unidos se está volviendo menos blanco y más suburbano, están destinados a ganar elecciones. Más bien, necesitarán eliminar el elemento tóxico de Trump para poder cambiar las cosas y garantizar un poco de noción de pensamiento racional y cordura que mucho les hace falta.

Los republicanos también enfrentan lecciones. El trumpismo tiene sus límites. Si bloquean toda la legislación en el Senado para desacreditar a Biden, marcarán otro ciclo electoral en el cual el estancamiento y la lógica de partidismo de suma cero impidan a Estados Unidos lidiar con sus problemas. Los republicanos se dirán a sí mismos que desacreditar la maquinaria de Washington ayuda al partido que dice defender un gobierno limitado, por muy pantanoso que haya resultado la administración Trump. Esa opinión es tan miope como cínica.

Los votantes negros e hispanos que se pusieron de su lado sugieren que los republicanos pueden ganar el apoyo de las minorías y que los grupos étnicos no son monolitos. Los republicanos son seducidos por una peligrosa política de identidad propia, la cual despierta los temores de los blancos de un país multirracial. Cuánto mejor si presentaran un caso positivo para su partido, buscando expandir su base ganando su parte del crédito por, digamos, proyectos de ley para reformar la justicia penal o mejorar la infraestructura chirriante de Estados Unidos.

Mientras los estadounidenses se mantienen con un nudo en la garganta, frente a una palpable realidad, de que su formidable democracia, de la cual han presumido durante décadas, parece haberse desvanecido en una utopía entre una lucha de poder y ego, la cual ha dividido a la nación más poderosa del mundo. Esperamos que el ganador esté a la altura de las circunstancias, y que esta derrota, sea una gran lección de que la división no siempre funciona.

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Pedro Luis Martín Olivares
Economía y Finanzas

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