Pedro Luis Martín Olivares – Recientes estudios de investigación han demostrado que las crisis económicas traen consigo una fuerte ola de disminución de la confianza política, hemos visto como las secuelas políticas de las crisis financieras pueden exacerbar a países con gobiernos solidos en todo el mundo.
Las economías más avanzadas del mundo han sido duramente golpeadas, crisis económicas que remontan desde 1870 han dejado fuertes secuelas en gobiernos democráticos, mientras más solidas han sido sus bases más desastroso parece ser su desenlace. La ansiedad económica a raíz de la crisis financiera mundial de 2007-09 provocó una reacción política que alimentó, por ejemplo, la campaña del Brexit en Gran Bretaña. El presidente Donald Trump obtuvo el apoyo del descuidado cinturón de óxido de Estados Unidos, es decir, esa parte del nordeste y medio oeste que se caracteriza por una industria decaída, viejas fábricas y éxodo poblacional. La Depresión de la década de 1930 trajo consecuencias políticas mucho más devastadoras en Europa. Gobernanzas complicadas, partidos radicales, lucha de poderes, efectos desafortunados han sido la consecuencia de estas crisis. Dado el trauma económico y social causado por la pandemia del COVID-19, pareciera que los efectos no van a ser distintos.
¿Qué tiene que decir la historia sobre las secuelas políticas de las crisis económicas? ¿Cuándo las crisis económicas tienen efectos políticos desestabilizadores? Son muchas las interrogantes y no somos los primeros en hacernos tales cuestionamientos. Durante la última década, muchos son los economistas que se han interesado por los efectos políticos de las crisis económicas. Un estudio de las regiones europeas después de la crisis financiera encontró que un aumento de un punto porcentual en la tasa de desempleo se asoció con un aumento de 2-3 puntos porcentuales en la proporción de votos capturados por partidos marginales. Sin embargo, establecer como un factor causa a otro es un trabajo complicado y, a menudo, significa tener en cuenta las sutiles fuerzas sociales. Tres nuevos estudios utilizan el colapso de la democracia en Europa, en las décadas de 1930 y 1940, para considerar la interacción entre factores económicos y sociales. Las investigaciones sugieren que las crisis amenazan más a las instituciones democráticas cuando agravan las vulnerabilidades sociales subyacentes.
Un reciente trabajo de Sebastian Doerr del Banco de Pagos Internacionales, Stefan Gissler de la Reserva Federal, José-Luis Peydró del Imperial College London y Hans-Joachim Voth de la Universidad de Zúrich, examina uno de los capítulos más oscuros de la historia. La Depresión permitió el ascenso al poder de los nazis. El partido pasó de recibir sólo el 2,6% de los votos en 1928 al 37,3% en 1932. Pero el dolor económico no fue el único factor que envió a los votantes a los brazos de los nazis. Los autores señalan la importancia histórica crítica de la crisis bancaria que estalló en 1931 y derribó a dos de los prestamistas más grandes de Alemania, Danatbank y Dresdner Bank. Las ciudades dependientes de los bancos experimentaron fuertes caídas de ingresos como resultado de las quiebras, de más del 20% durante el curso de la crisis, o unos 8 puntos porcentuales más que la media alemana. Pero sí bien la crisis impulsó el apoyo a los nazis en lugares con vínculos profundos con Danatbank, tuvo poco efecto en la votación nazi en aquellos con vínculos más estrechos con Dresdner.
Los autores estiman que la razón es que el director de Danatbank, un judío llamado Jakob Goldschmidt, fue el principal objetivo de una campaña de propaganda nazi la cual culpaba a los judíos de los problemas económicos de Alemania, mientras que el gerente de Dresdner no lo era. El colapso de Danatbank se tradujo en las mayores ganancias para los nazis en ciudades con un historial de persecución de minorías judías o apoyo a partidos políticos antisemitas, donde el mensaje de propaganda fue recibido con mayor entusiasmo. La Depresión creó una oportunidad para los extremistas, pero fue la complementariedad entre las dificultades, la narrativa de los nazis al respecto y el fanatismo subyacente de las comunidades lo que llevó a Adolf Hitler al poder.
El colapso de la democracia francesa en tiempos de guerra también se debió en parte a las fallas sociales existentes. En 1940 Francia se estaba recuperando de la depresión económica y estaba sitiada por las tropas alemanas. En julio de ese año, el parlamento francés votó para otorgar poderes dictatoriales al mariscal Philippe Pétain, un héroe de la Primera Guerra Mundial, quien dirigió un régimen autoritario y colaboracionista. Pero el apoyo a Pétain no fue uniforme.
Sin embargo, un reciente trabajo de Julia Cagé de Sciences Po, Anna Dagorret y Saumitra Jha de la Universidad de Stanford y Pauline Grosjean de la Universidad de Nueva Gales del Sur, sugiere que la familiaridad con Pétain y su papel en la Gran Guerra parece haber aumentado la susceptibilidad de algunas comunidades a los valores autoritarios. Los autores señalan que cuando Pétain dirigió las fuerzas francesas, aproximadamente la mitad de la infantería francesa sirvió en la batalla de Verdún entre febrero y abril de 1916. Otros generales asumieron el control hasta el final de la batalla en diciembre. Los autores estiman que quienes lucharon bajo Pétain desarrollaron conexiones personales y de reputación con él, dando forma a su evolución ideológica. Las comunidades con soldados que habían servido en Verdún bajo la conducción de Pétain contribuyeron con un 7-10% más a la resistencia francesa, que otras regiones. Por el contrario, las áreas con tropas que lucharon en Verdún, pero bajo otros generales, no mostraron un aumento significativo en la colaboración.
Las redes de individuos influyentes también parecen haber contribuido al descenso de Italia al fascismo, según una investigación de Daron Acemoglu del Instituto de Tecnología de Massachusetts, Giuseppe De Feo de la Universidad de Leicester, Giacomo De Luca de la Universidad de York y Gianluca Russo de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, el apoyo a los socialistas en Italia aumentó considerablemente después de la Primera Guerra Mundial. En respuesta a esto, el establishment de centro derecha, temeroso de los socialistas, apoyó a los fascistas de Benito Mussolini. Las élites económicas jugaron un papel importante en el financiamiento y el fomento de este cambio, argumentan los autores, los mayores avances en apoyo a los fascistas se produjeron en lugares donde los empresarios y rentistas representaban una mayor proporción de la población local.
Hechos como estos sugieren que sí las crisis económicas resultan destructivas para las instituciones democráticas depende en gran parte de fuerzas sociales que pueden encontrarse deprimidas y en lentos procesos. Las explicaciones autoritarias plausibles de lo que salió mal pueden influir en la voluntad de los votantes de derribar los sistemas políticos. También puede hacerlo la medida en que las personas influyentes se acojan o se desvíen de las normas imperantes. Arreglar lo que está roto debería ser la prioridad de los gobiernos cuando se produce un impacto desagradable, pero el trabajo no termina ahí. Una recuperación completa también puede requerir una comunicación clara sobre qué salió mal y por qué, y vigilancia ante los esfuerzos por socavar la democracia.
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Pedro Luis Martín Olivares
Economía y Finanzas
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