Pedro Luis Martín Olivares – Desde la crisis financiera de 2008, la desigualdad y la amenaza del impago de la deuda de los EE. UU. han sido temas recurrentes en los análisis sobre la erosión de la hegemonía global de Washington.
Sin embargo, bajo la presidencia de Donald Trump ambas cuestiones van cobrando nuevas dimensiones.
El mundo comienza a desconfiar de las promesas de los gobernantes de la superpotencia porque la evidente fractura social interna se convierte, también, en amenazadora fractura política.
Fin del capitalismo
Una nación que tenga una sociedad integrada, donde sus miembros se relacionen de una manera medianamente horizontal y democrática, será estable ya que las aspiraciones al ascenso social que atraviesan el mundo, pueden concretarse con esfuerzo y trabajo.
Algo así sucedía en EE. UU. hacia mediados del siglo pasado.
De hecho, las décadas de 1950 y 1970 presentan la menor desigualdad en la historia reciente del país: el 10% superior en ingresos se llevaba entre el 30 y el 35% de los ingresos nacionales. Hoy ese mismo 10% se lleva la mitad del ingreso nacional, pero el 1% ha crecido aún más rápidamente.
Panorama actual
El panorama que presenta hoy el país es más o menos el siguiente: gobiernan los multimillonarios, sector al que pertenece la mayoría de los miembros del Congreso; la clase media está desapareciendo, los salarios están estancados y la pobreza crece exponencialmente, concentrada en ciertos barrios y regiones. En vez de trabajo estable bien remunerado, los nuevos empleos que se crean son precarios y mal pagados, sin la posibilidad de que el trabajador tenga un desempeño profesional ascendente.
Si el sistema era estable en la década de 1950 y la sociedad se mostraba optimista y confiada, ¿qué se puede esperar en este período en el que las mayorías sufren serio retroceso?
Además, ya no existen espacios comunes compartidos por los diferentes sectores sociales: los más pobres, en particular negros, tienen como referente la cárcel y la exclusión; los más ricos se socializan en espacios exclusivos que los demás ni siquiera sueñan conocer. La clase media no puede referenciarse en ninguna de ellos.
Libre comercio termina con Trump
Un reciente estudio divulgado por la revista médica británica The Lancet revela que la brecha entre la esperanza de vida de los más ricos respecto a los pobres se ha elevado en EE. UU. de cinco a trece años. Pero el informe señala que estamos apenas en el comienzo de una creciente polarización.
«Estamos presenciando a cámara lenta un desastre en la salud de los americanos de bajos ingresos que han transcurrido su vida trabajadora en un período de crecientes desigualdades de ingresos», destaca el profesor Jacob Bor, coautor del informe.
Se refiere a los nacidos en la década de 1960, generación que ha sido carcomida por el tabaquismo, una epidemia de obesidad y el consumo de opiáceos, la respuesta que han encontrado al persistente deterioro de sus vidas laborales.
Es la llamada «trampa de pobreza y salud», relación que se retroalimenta hacia abajo, ya que el costo de la atención médica para los estadounidenses pobres «puede llevar a la bancarrota a hogares y empobrecer familias».
Aún luego de la reforma sanitaria del gobierno de Barack Obama, un 25% de los más pobres no tiene seguro médico, cuestión que afecta sobre todo a negros y latinos, algo que la revista The Lancet denomina como la continuidad histórica de un «racismo estructural», que se manifiesta en los problemas de vivienda y en el crecimiento de la población carcelaria, que también afectan la esperanza de vida.
El dólar tiene los días contados
Aquí se cruza, de forma alarmante, el problema de la deuda, que ha sido siempre un tema tabú en el mundo y ahora resurge, ya que supera el 100% de PIB de EE. UU.
De hecho, Trump ha sido el encargado de romper ese tabú al mencionar que podría renegociar la deuda pública si fuese necesario, lo que supone un verdadero sismo geopolítico, como señala el Laboratorio Europeo de Anticipación Política.
El actual presidente fue muy claro al respecto en su campaña electoral, lo que puede explicar la furia de ciertas élites hacia su persona, ya que muestra el lado menos aceptable de la dominación global del sistema financiero anclado en el chantaje del dólar y de Wall Street al resto del mundo.
En los hechos, EE. UU. ya no cuenta con la posibilidad de negociar algo que funcione como lo hacía el petrodólar, que en 1971 le permitió al presidente Nixon anunciar la suspensión de la convertibilidad del billete estadounidense en oro. Sin aquel apoyo de la monarquía saudí, que sostuvo la cotización y el comercio del petróleo en dólares, el billete verde no se habría mantenido casi medio siglo como referencia mundial sin competencia alguna.
Pedro Luis Martín Olivares
Economía y Finanzas
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