Pedro Luis Martín Olivares – Cada segundo de vida de los dos cuerpos del Rey, el público y el privado, por su naturaleza de ser Rey se fusionan hacia lo totalmente público. Separar lo privado del hombre público es una tarea que nunca despeja las dudas.
Tomando esto como premisa, se podría decir que la rendición de cuentas del hombre público se refiere a un espacio de tiempo 24/7, abarcando mientras esta despierto y cuando duerme. Acercarse a una transparencia de este nivel de cobertura pareciera no viable, no apropiada e inclusive innecesaria, aparte de inefectiva. Al final, son los ciudadanos de un país, transformados en electores, quienes periódicamente mediante el voto muestran su satisfacción o rechazo.
El presidente Trump 2 desde el mismo momento que se juramentó ha llevado a cabo de manera ininterrumpida la política como espectáculo. Ver a Elon Musk cargando a su hijo en su cuello en el Despacho Oval, las firmas de decretos televisadas, los anuncios a bordo del avión presidencial Air Force One y Trump saludando al ciudadano estadounidense Marc Fogel, liberado de una cárcel rusa, envuelto en una bandera americana, registran la forma de gobernar y de rendir cuentas de manera inusual.
Por ejemplo, el martes pasado fue un día especial en la Casa Blanca. La parrilla arrancó por la mañana con la visita del rey de Jordania y el clásico plano fijo reservado a los jefes de Estado, con el presidente de Estados Unidos a la derecha, el visitante a la izquierda, y el fondo del fuego siempre encendido en la chimenea. La retransmisión la despidieron, ya en horario nocturno, las imágenes del presidente saliendo a los jardines de la Casa Blanca mientras caía la nieve.
El día estuvo sobrado de buen material televisivo, aunque nada se pudo comparar al espectáculo con Musk, que respondió durante una media hora a las preguntas de los reporteros sobre sus planes de jibarizar la Administración federal, planes cuestionados en los tribunales. Fue una emisión histórica, no solo por ver al hombre más rico del mundo en el espacio con mayor carga simbólica de poder del planeta o por lo surrealista de la presencia de su hijo corriendo por la Casa Blanca, sino por la excepcionalidad que supuso contemplar a Trump callado tanto rato, mientras escuchaba a alguien hablar. Una actitud sin muchos precedentes en su dilatada carrera como estrella de la telerrealidad, primero, y de adalid de la política como espectáculo, después.
El domingo pasado fue otro buen ejemplo de esa política. Trump hizo historia al convertirse en el primer presidente estadounidense en acudir a la final de la liga de fútbol americano. Por si no fuera suficiente esa oportunidad televisiva, durante la que saludó el himno llevándose la mano a la frente, aprovechó el viaje a Nueva Orleans en avión, concretamente, cuando el Air Force One sobrevolaba el Golfo de México, para firmar un decreto sobre el asunto del cambio de nombre. Luego, cuando terminó el partido, anunció la muerte de las monedas de un centavo. Y el lunes, y en vista de que la audiencia registraba un valle, soltó la noticia de que había ordenado prohibir los pitillos de papel para devolver las de plástico a los refrescos y copas de los estadounidenses.
Se podría decir que los 312 votos electorales obtenidos por Trump en las elecciones presidenciales lo comprometen a tratar de mantenerse en contacto directo con el pueblo utilizando todos los medios de comunicación. Es un intento de difícil respuesta a lo que seria una democracia directa 24/7.
Cambiado a Venezuela, vale resaltar a esta altura del Articulo que Nicolas Maduro está planteando un cambio constitucional que parece apuntar hacia la ampliación de la democracia y la construcción del nuevo Estado, definir con claridad el perfil de la sociedad que queremos, desde el punto de vista cultural e institucional y echar las bases más claras y poderosas de la nueva economía autosustentable, no dependiente, diversificada y productora de riqueza que satisfagan las necesidades del pueblo de Venezuela. Estos pasos hacia lo más cercano a una democracia directa, también van acompañados de programas semanales de televisión de Nicolas Maduro y Diosdado Cabello dirigidos a presentar cuentas e impulsar agendas de acciones de gobierno.
En estas latitudes, esa forma de gobernar comunicándose el líder directamente con su pueblo de manera constante la puso en escena el presidente Chávez.
Trump, por su parte, siempre se ha expuesto como un hombre show y de ser, como él mismo dijo hace años, “una máquina de generar audiencia”. Ahora que es presidente de nuevo, no ha dejado de comportarse de esa manera. En parte, es porque anhela la atención, pero no solo está constantemente actuando de cara a su base de votantes y seguidores. Ellos son los que le dan tanto poder porque las encuestas de opinión arrojan que le creen y aprueban sus decisiones, sin importar lo que diga o haga.
Trump mantiene permanentemente abierto un canal de comunicación con la prensa tradicional, a la que dice odiar, pero de la que, a todas luces, vive pendiente. De momento, está hablando con los medios casi a diario, más incluso que al principio de su primera presidencia. La mayor parte de las veces, lo hace en varias ocasiones al día, pero sobre todo cuando se encierra con un grupo de periodistas a firmar decretos y responder preguntas. Se trata de una ceremonia insólita, que retransmiten las cadenas de noticias con un poco de retraso, en la que un ayudante anuncia la medida que se va a adoptar, le pasa la carpeta abierta a Trump, quien firma con un gesto de aprobación y de mercadeo político.
El contraste entre esa hiperactividad y la reclusión en la que vivió su predecesor, Joe Biden, durante su presidencia, cuatro años en los que solo dio 36 conferencias de prensa y rara vez lo hizo solo, da razones a sus aliados para defender que Trump está actuando con una transparencia inédita, también mayor que en su primer mandato.
Es interesante destacar la fábrica de noticias cada poco tiempo, incluyendo un nuevo idioma en el que términos como “diversidad” se han convertido en grosería, el español ha desaparecido de la web de la Casa Blanca y al redactor, no así el fotógrafo de la agencia AP, la más grande del mundo, le impiden la entrada al Despacho Oval por negarse a renombrar en su “Libro de Estilo” Libro, como ya han hecho Apple y Google en sus herramientas de navegación, el Golfo de México, que Trump ha decretado que se llame “de América”.
Vale citar a Steve Bannon, quien creo el concepto “inundar la zona”, el cual consiste en secuestrar la atención de los medios y de la sociedad a base de anegar los conductos de la atención del público haciendo muchas cosas al mismo tiempo, sin dar respiro siquiera a la indignación. “La idea es que no sea fácil seguirle la pista y que, en consecuencia, no se sepa bien qué está pasando en realidad.”
Un jefe de Estado con alma de productor ejecutivo de televisión, que no solo piensa siguiendo esa lógica, sino que organiza sus mensajes para que nunca decaiga la audiencia.
El domingo pasado fue otro buen ejemplo de esa política. Trump hizo historia al convertirse en el primer presidente estadounidense en acudir a la final de la liga de fútbol americano. Por si no fuera suficiente esa oportunidad televisiva, durante la que saludó el himno llevándose la mano a la frente, aprovechó el viaje a Nueva Orleans en avión, concretamente, cuando el Air Force One sobrevolaba el Golfo de México, para firmar un decreto sobre el asunto del cambio de nombre. Luego, cuando terminó el partido, anunció la muerte de las monedas de un centavo. Y el lunes, y en vista de que la audiencia registraba un valle, soltó la noticia de que había ordenado prohibir los pitillos de papel para devolver las de plástico a los refrescos y copas de los estadounidenses.
Como resultado de esa manera de hacer las cosas, la legión de reporteros que cubren Washington viven exhaustos, enfrentados a jornadas sin fin, permanentemente en vilo y entre sobresaltos, como la audiencia global a la que sirven.
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