Estás son las tres razones más importantes por las cuales lo han mantenido en el poder.
Pedro Luis Martín Olivares – En 1921 fue fundado el Partido Comunista de China (PCCh) y el primero de julio celebró su primer centenario.
Este partido político es el segundo más grande del mundo, tiene la mitad del tamaño del Partido Bharatiya Janata de la India (BJP). Para el 2019, el PCCh tenía 91,9 millones de miembros y ha gobernado China desde que tomó el poder después de la guerra civil en 1949. Guo Yezhou, subdirector del departamento de enlace externo del partido, en un evento de prensa esta semana dijo «La influencia, el atractivo y la atracción internacionales del Partido Comunista Chino han aumentado continuamente, colocándolo a la vanguardia de la política mundial». Para algunos puede sonar algo pretenciosa esta afirmación, sin embargo, a ellos le sobran las razones para estar orgullosos.
Tras su fundación, el partido liderado por Moa Zedong ha sobrevivido mucho más tiempo de lo que predijeron sus numerosos críticos, sino que también parece estar en alza. Cuando la Unión Soviética implosionó en 1991, muchos expertos pensaron que la otra gran potencia comunista sería la siguiente. Para ver cuán equivocados estaban, considere que el presidente Joe Biden, en una cumbre el 13 de junio, sintió la necesidad de declarar no solo que Estados Unidos estaba en desacuerdo con China, sino también que gran parte del mundo dudaba “si las democracias pueden competir o no”.
Lo cierto es que después de la victoria de las tropas de Mao, China durante 72 años ha sido gobernado sin el mando de los votantes.
Proeza difícil de igualar. Lenin y sus herederos mantuvieron el poder en Moscú durante un poco más de tiempo, al igual que el Partido de los Trabajadores en Corea del Norte. Pero, ninguna de las anteriores pudo convertir un total desastre como los ocasionados por los proyectos banderas de Mao que llevaron a la agitación interna y decenas de millones de muertes por causa del hambre a la segunda economía más grande del mundo.
¿Suerte? No, el Partido Comunista de China ha podido mantener su control del poder por tres razones.
Primero, su mano dura. Sí, titubeó antes de aplastar las protestas en la Plaza de Tiananmen en 1989. Pero finalmente respondió a los megáfonos con balas, aterrorizando al país hasta la sumisión. Y no es que hipócritamente en algún momento los lideres actuales han tratado de invisibilizar lo ocurrido. No, por el contrario, el presidente Xi Jinping lamenta que la Unión Soviética se derrumbó porque sus líderes no eran «lo suficientemente hombres para levantarse y resistir» en el momento crítico. Para lo cual decía: a diferencia de nosotros, no tuvieron las agallas para disparar a manifestantes desarmados con ametralladoras.
La agilidad ideológica, ha sido la segunda razón de la longevidad del partido. Después de la muerte de Mao en 1976, un nuevo líder, Deng Xiaoping, comenzó a eliminar las «comunas populares» del difunto presidente, que destruían la productividad y colocó las fuerzas del mercado a trabajar en el campo.
Los maoístas se estremecieron, pero la producción se disparó. Tras la caída de Tiananmen y la Unión Soviética, Deng luchó contra los recalcitrantes maoístas y abrazó el capitalismo con aún mayor fervor. Esto provocó el cierre de muchas empresas estatales y la privatización de la vivienda. Se despidió a millones, pero estas medidas opuestas y extremas llevaron a China a florecer.
Xi Jinping, se ha convertido en el líder más poderoso del mundo, desde los tiempos de Mao, asumió en el 2013 el liderazgo del partido y del país asiático y con él, el partido ha cambiado de nuevo para centrarse en la ortodoxia ideológica aun cuando sus predecesores recientes permitieron cierto grado de discrepancia y todos apostaban que la dirección de sus acciones serían distintas debido a los orígenes de Xi. No obstante, hoy Mao es alabado una vez más. Los cuadros del partido absorben el “pensamiento de Xi Jinping”. La burocracia, el ejército y la policía se han sometido a purgas de funcionarios corruptos y desviados. Las grandes empresas se están alineando. Xi ha reconstruido el partido en las bases, creando una red de espías en el vecindario e inyectando cuadros en empresas privadas para vigilarlos. Desde la época de Mao, la sociedad no había estado tan estrictamente controlada.
La tercera causa del éxito del partido es que China no se convirtió en una cleptocracia sencilla en la que la riqueza es absorbida exclusivamente por los bien conectados. La corrupción se volvió desenfrenada y las familias más poderosas son de hecho súper ricas. Pero muchas personas sintieron que sus vidas también estaban mejorando y el partido fue lo suficientemente astuto como para reconocer sus demandas. Abolió los impuestos rurales y creó un sistema de bienestar que proporciona a todos pensiones y atención médica subsidiada. Los beneficios no fueron abundantes, pero fueron apreciados.
A lo largo de los años, los observadores occidentales han encontrado muchas razones para predecir el colapso del comunismo chino. ¿Seguramente el control requerido por un Estado de partido único era incompatible con la libertad requerida por una economía moderna? Un día, el crecimiento económico de China debe perder fuerza, lo que provocará desilusión y protestas. Pero, estas predicciones se han visto frustradas por la continua popularidad del Partido Comunista. Muchos chinos lo atribuyen a la mejora de sus medios de vida. Es cierto que la fuerza laboral de China está envejeciendo, encogiéndose y acostumbrada a una jubilación ridículamente anticipada, pero este tipo de dificultades lo enfrenta todo gobierno, sea autoritario o no.
Muchos chinos también admiran la mano dura del partido. Con admiración y profundo respeto se refieren a lo rápido que China aplastó al Covid-19 y aceleró su economía, incluso cuando los países occidentales tropezaron. En la ceremonia de apertura se entonaron canticos donde los participantes coreaban al unísono: «Escuchen al partido, agradezcan al partido y sigan al partido». «¡Que el partido esté tranquilo, yo estoy con el país fuerte!». El orgullo y el nacionalismo reina en las calles. Los medios estatales combinan el partido con la nación y su cultura, mientras caricaturizan a Estados Unidos como una tierra de disturbios raciales y masacres con armas de fuego.
En casa Xi no es conocido por poseer altos niveles de tolerancia. Cuando surge la disidencia, el mandatario de China usa la tecnología para lidiar con ella antes de que crezca. Las calles chinas están llenas de cámaras, mejoradas por software de reconocimiento facial. Las redes sociales son fisgoneadas y censuradas. Los funcionarios pueden resolver problemas temprano o perseguir a los ciudadanos que los plantean. Aquellos que comparten el pensamiento equivocado pueden perder su trabajo y su libertad.
La amenaza más peligrosa para Xi no proviene de las masas, sino del propio partido. A pesar de todos sus esfuerzos, sufre de fraccionalismo, deslealtad y lasitud ideológica. Los rivales acusados de conspirar para tomar el poder han sido encarcelados. La política china es más opaca de lo que ha sido durante décadas, pero las interminables purgas de Xi sugieren que ve aún más enemigos ocultos.
Nadie sabe quién vendrá después de Xi, ni siquiera qué reglas regirán la transición. Xi Jinping, quien ha liderado China desde 2012 ha eliminado cualquier límite a su mandato y es poco probable que este en búsqueda de un sucesor. En el 2022 se espera se celebre el próximo congreso del partido y allí se verá si la actual campaña ha dado sus frutos y sí todos sus miembros estén dispuestos a seguir con el rebaño. Lo cierto es, que es poco probable que los amantes de la libertad puedan ver una sociedad moderna y prospera bajo otro sistema que no sea el actual
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Pedro Luis Martín Olivares
Economía y Finanzas
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