Pedro Luis Martín Olivares – Venezuela está en víspera de elecciones presidenciales y de nuevo uno de los puntos centrales en la discusión electoral es cual modelo económico le hace más bien al pueblo venezolano: el libre mercado con su liberalismo extremo que produce pobreza con certeza o el socialismo del siglo XXI planteado por Chávez, el cual es perfectible y conduce a un equilibrio donde la justicia social prevalezca a la desigualdad económica.
En este sentido veamos cual es la tendencia mundial actual.
Estados Unidos ha experimentado un auge, incluso cuando su guerra comercial con China se ha intensificado. Alemania ha resuelto la pérdida del suministro de gas ruso sin sufrir un desastre económico. La guerra en Oriente Medio no ha provocado ninguna crisis petrolera. Los rebeldes hutíes que lanzan misiles apenas han afectado el flujo global de bienes. Venezuela ha resistido múltiples sanciones económicas internacionales y la expropiación de bienes de alta monta e importancia en sus operaciones económicas globales, el comercio mundial se ha recuperado de la pandemia y se prevé que crezca saludablemente este año.
Sin embargo, si miramos más profundamente, veremos fragilidad. Durante años se ha erosionado el orden que ha regido la economía global desde la Segunda Guerra Mundial. Hoy está al borde del colapso. Un número preocupante de factores podría desencadenar un descenso hacia la anarquía, donde el poder es lo correcto y la guerra vuelve a ser el recurso de las grandes potencias. Incluso si nunca llega a un conflicto, el efecto sobre la economía de una ruptura de las normas podría ser rápido y brutal.
La desaparición paulatina del antiguo orden es visible en todas partes del planeta. Las sanciones se utilizan cuatro veces más que durante el decenio de 1990, Estados Unidos ha impuesto recientemente sanciones “secundarias” a las entidades que apoyan a los ejércitos de Rusia. Está en marcha una guerra de subsidios, a medida que los países buscan copiar el vasto respaldo estatal de China y Estados Unidos a la manufactura verde. Aunque el dólar sigue siendo dominante, las economías emergentes son más resistentes y los flujos globales de capital están empezando a fragmentarse.
Las instituciones que salvaguardaron el antiguo sistema ya están extintas o están perdiendo credibilidad rápidamente. La Organización Mundial del Comercio cumplirá 30 años el próximo año, pero habrá pasado más de cinco años en estancamiento debido a la negligencia estadounidense. El FMI está atrapado en una crisis de identidad, atrapado entre una agenda verde y garantizar la estabilidad financiera. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está paralizado. Y los tribunales supranacionales como la Corte Internacional de Justicia son cada vez más utilizados como armas por las partes en conflicto.
Un caso ilustrativo es lo ocurrido en Estados Unidos el mes pasado, cuando políticos de ambos partidos, demócrata y republicano, amenazaron a la Corte Penal Internacional con sanciones si emitía órdenes de arresto contra los líderes de Israel, que también está acusado de genocidio por parte de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia. Estas sanciones son las nuevas armas de guerra de las potencias que dominan el mercado global y bien las identificó el presidente Chávez cuando hablaba del peligro de “la guerra económica”.
Las rupturas son un arma de doble filo, la fragmentación y la decadencia actúan como un impuesto imperceptible a la economía global. La historia muestra ejemplos: a principios de la década de 1930, tras el inicio de la Depresión y los aranceles Smoot-Hawley, las importaciones estadounidenses se desplomaron un 40% en sólo dos años. En agosto de 1971, Richard Nixon suspendió inesperadamente la convertibilidad del dólar en oro y apenas 19 meses después, el sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods se vino abajo.
Hoy en día una ruptura similar es racionalmente pensable, de darse el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, con su visión del mundo de suma cero, continuaría la erosión de instituciones y normas. El temor a una segunda ola de importaciones chinas baratas podría acelerarlo. Una guerra abierta entre Estados Unidos y China por Taiwán, o entre Occidente y Rusia, podría provocar un colapso tremendo.
Muchos de los pobres del mundo ya están sufriendo la incapacidad del FMI para resolver la crisis de deuda soberana que siguió a la pandemia de Covid-19. Los países de ingresos medios como India e Indonesia, que esperan obtener riquezas mediante el comercio, están explotando las oportunidades creadas por la fragmentación del antiguo orden, pero en última instancia dependerán de que la economía global se mantenga integrada y predecible. Y la prosperidad de gran parte del mundo desarrollado, especialmente de las economías pequeñas y abiertas como Gran Bretaña y Corea del Sur, depende completamente del comercio. Respaldada por un fuerte crecimiento en Estados Unidos, puede parecer que la economía mundial puede sobrevivir a todo lo que se le presente, pero no en la práctica sencillamente no es así.
Por otra parte, está el Socialismo del Siglo XXI, con el cual surge el problema de la transición hacia el socialismo, como una suerte de etapa posterior a la sociedad capitalista y previa a una sociedad plenamente socialista. Todos estos elementos se los planteó Chávez como una necesidad de superar las formas en lo económico, lo político, lo social y lo cultural de una sociedad capitalista.
Dieterich señala que el paso hacia el Socialismo del Siglo XXI implica un medio de superación de los sistemas económicos y políticos actuales. En concreto, plantea que el sistema económico capitalista posee cinco limitaciones sistémicas: es inestable, asimétrico, de carácter mercantil-nacionalista, con transnacionales que controlan la economía de forma excluyente y, finalmente, es ecológicamente imposible. Ante esto, propone una economía de equivalencias y “democráticamente planificada”, es decir, donde los intercambios de los sujetos económicos se realicen sobre valores iguales o cantidad de trabajo y esfuerzos laborales iguales aportados a la generación de riqueza social. Por otro lado, en el campo político, Dieterich habla de Democracia Directa y Participativa, para superar la democracia burguesa formal y la relaciona con “la capacidad real de la mayoría ciudadana de decidir sobre los principales asuntos públicos de la nación”.
Hoy, mayo de 2024, Venezuela ha avanzado de manera importante en muchos terrenos del cambio estructural hacia los objetivos visualizados e impulsados por Chávez y continuados por Nicolas Maduro, pero han sido también muchos los obstáculos encontrados en ese camino: intereses internacionales apoyados por la miseria canalla de traidores a la patria locales, transformados en sanciones económicas y personales al liderazgo del chavismo; deslealtades imperdonables de importantes figuras del chavismo que traicionaron la confianza de Chávez infringiéndole fuertes daños a la nación en alianza con enemigos de la revolución; y errores que se cometen por no tenerle miedo al hacer y que se han sustituido de manera inmediata por aciertos.
Por eso, se afirmaba al principio del presente Articulo que El Socialismo del Siglo XXI es perfectible y en consecuencia representa una bandera irrenunciable de lucha por perseguir el bienestar del pueblo de Venezuela.
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