Pedro Luis Martín Olivares – La guerra mundial arancelaria se basa en la premisa de que Estados Unidos es una víctima en los intercambios comerciales que realiza con el resto de los países. Es decir, les compra más bienes y servicios de los que les vende y en consecuencia el presidente Trump aplica porcentajes de aranceles de importación proporcionales a cada déficit.
Muchos economistas creen que los aranceles no son la solución al desequilibrio exterior, el problema está en que la economía americana gasta más de lo que produce. La Administración de Trump tiene motivos legítimos para preocuparse por el déficit exterior. Estados Unidos lleva décadas acumulando balanzas comerciales negativas, sin embargo, las soluciones que plantea, basadas en aranceles, son, según el consenso de los economistas, erróneas y pueden agravar el problema.
Un estudio que acaba de publicar el Fondo Monetario Internacional (FMI) describe Los mitos y realidades del déficit comercial estadounidense. Este documento cuestiona los motivos tradicionales a los que se achaca tal desequilibrio, fundamentalmente la competencia desleal de otros países y la entrada en EE UU de una enorme masa de ahorro foráneo. Y argumenta que las razones de este agujero más bien residen en la economía americana: EE UU toma prestadas grandes cantidades del mundo para financiar un déficit presupuestario de sus administraciones públicas que inevitablemente lleva a un desfase con el exterior. “Ambos déficits, el presupuestario y el comercial, simplemente reflejan que los estadounidenses gastan más de lo que ingresa.
Según los economistas colaboradores de Trump, el déficit comercial provoca un proceso de desindustrialización, un incremento de la deuda de los hogares y del déficit público, y, al final, burbujas financieras y desempleo. Incluso los equipos del expresidente Joe Biden compartían esta preocupación. Pero, como sostienen economistas académicos, ni ese desequilibrio es culpa enteramente del comportamiento predatorio de otros países, ni tener el dólar es una carga sino un privilegio que permite financiarse más barato, sobre todo en las crisis. Otro razonamiento de la Administración de Trump es que la liberación del comercio ha dejado a Estados Unidos vendido ante las prácticas proteccionistas de sus socios, provocando ese desequilibrio comercial y que la condición de moneda de reserva del dólar les obliga a tener déficits permanentes, aunado a que una bolsa de ahorro global busca refugio en la economía americana, alimentando el desfase.
Los aranceles y otras barreras pueden, evidentemente, alterar las relaciones comerciales e incluso destruir industrias, pero es difícil que cambien el déficit comercial agregado. En primer lugar, porque el déficit exterior no es más que el resultado de que un país gaste más de lo que produce su economía. Y esto no se cambia con aranceles, aunque indirectamente sí que podrían terminar haciéndolo al golpear la actividad. En tanto que su economía tenga casi pleno empleo, en Estados Unidos seguirá haciendo falta producción de fuera si no cambian las condiciones macro. Además, si por la aplicación de aranceles se compraran más productos nacionales, entonces ese aumento de la demanda interna llevaría a subir los tipos de interés y la consiguiente apreciación de la moneda, lo que finalmente haría que perdiera competitividad la exportación y se abaratase comprar fuera, volviendo al equilibrio inicial.
Pudiéramos estar frente a un error en lo interno de los Estados Unidos con repercusiones económicas globales o también ante un juego calculado de una premisa estratégica utilizada para alcanzar un objetivo político interno encubierto. La lista de los impactos internos que han desencadenado las decisiones presidenciales de la Casa Blanca en estos primero 4 meses de gobierno apunta hacia una revolución institucional, un reacomodo de valores desde donde se diseñan políticas internas y exteriores. Los frentes abiertos son incalculables porque hay mucho objetivo escondido en eso que llaman el Estado profundo. Las capacidades de respuesta son infinitas.
¿Cómo queda Venezuela en esa pelea de grandes ligas, difusa, compleja, desdibujada, signada por la incertidumbre, donde puede suceder cualquier cosa, como se está viendo en desarreglos de alianzas para construir alianzas de enemigos históricos? La respuesta precisa no existe, pero la tendencia hacia ella si es posible moldearla. Los griegos decían que cuando no sepas que hacer, recurre a las instituciones originales. Y eso es lo que se encuentra en proceso en Venezuela. El próximo 25 se realizará una elección en el nivel medio institucional, con la participación de los partidos que creen en le democracia en Venezuela. Por otra parte, los políticos que presentan como alternativa la abstención electoral, tienen como estrategia promover muchas más sanciones contra Venezuela, aislarla económicamente, empobrecerla al máximo, llaman a los venezolanos a emigrar, se comprometen con extranjeros a entregarles las empresas públicas, el petróleo, la minería y el turismo a cambio de que invadan militarmente a Venezuela y entren en la sagrada tierra de Bolívar a matar venezolanos. Los 30 millones que viven el día a día en territorio venezolano y que no piensan irse por una selva para regresar escapados de Estados Unidos o despreciados de otros países, saben que saldrán adelante, que el país va a despegar, que recuperaremos nuestros espacios secuestrados en el exterior y que la felicidad imperará por encima del ego desenfrenado de los traidores a la patria.
Mientras tanto se seguirá observando la pelea de tigres enjaulado, donde la teoría dice que cuando una economía es más rica se genera una mayor demanda de servicios, haciendo que en una situación de pleno empleo los recursos domésticos se destinen a estos sectores más productivos o que requieren mayor presencia física, y empujando a que las manufacturas se compren del exterior. Como ha explicado el exsecretario del Tesoro estadounidense Larry Summers, el futuro de una economía desarrollada nunca se encuentra en las manufacturas, que están en declive incluso en China, sino en la tecnología. Pero es que, además, en la década de los 2000 este proceso se vio acelerado por una burbuja en la construcción que acaparó recursos. El problema real se sitúa más bien en una demanda interna muy fuerte. “Es el país donde el consumo privado tiene un peso mayor en el PIB”, Estados Unidos lleva arrastrando déficits comerciales ininterrumpidos desde 1976 salvo por un breve periodo a principios de los años noventa. Y esto ha conducido a unos pasivos netos con el exterior del 88% del PIB. Cualquier déficit es positivo en cuanto que financie una mejora de la capacidad productiva que haga más fácil devolver esas deudas en el futuro. Y esto ha explicado parte del robusto crecimiento americano. Pero es negativo en tanto que financia el consumo corriente.
Los argumentos son secundarios cuando prevalece la decisión política y peor cuando se cuenta con armas nucleares en cada mano.
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