Pedro Luis Martín Olivares – El año 2018 marcará el cuadragésimo aniversario de la transición de China hacia una economía de mercado después de haber sido una economía planificada.
Este aniversario llega en un momento especial de la historia: la aparente retirada que está emprendiendo Estados Unidos de la globalización ofrece una clara oportunidad para que China acelere su ascenso y se convierta en el guardián del sistema mundial de comercio.
Mientras tanto, los pasos que dio la nación en las décadas pasadas para dejar la pobreza y transformarse en una potencia mundial representan una valiosa lección para otros países en vías de desarrollo, en especial ahora que la administración de Trump busca implementar políticas que se oponen a la globalización.
En 1978, el producto interno bruto per cápita en China era de 154 dólares, menos de la tercera parte del PBI de las naciones del África subsahariana. En ese entonces, China era un país que solo veía hacia su interior con una relación entre el comercio y el PBI de tan solo 9,7 por ciento, en comparación con el 32,7 por ciento de la actualidad.
Desde finales de la década de 1970, el crecimiento económico ha sido fenomenal. En 2009, China superó a Japón como la segunda economía más grande del mundo; en 2010, remplazó a Alemania como el exportador de mercancías más grande del mundo; y en 2014, superó a Estados Unidos como la economía más grande del mundo, si se mide en la paridad del poder adquisitivo. Durante este periodo, más de 700 millones de chinos han escapado de la pobreza. La economía de China es la única economía emergente que no ha sufrido una crisis financiera originada por causas internas en las últimas cuatro décadas.
En la actualidad, China es un país de ingreso medio alto, donde el PBI per cápita es cercano a los 9000 dólares al año y es probable que alrededor del año 2025 esa cifra cruce el umbral de los 12.700 dólares, la entrada al círculo de los países de ingresos altos. China también es el productor más grande de bienes del planeta y uno de los países más competitivos a nivel mundial.
Además, China acepta la globalización. El país ha defendido la ambiciosa iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, la cual propone conectar los mercados de Asia, Europa y África por medio del desarrollo de infraestructura. A pesar de que Estados Unidos se opuso abiertamente a su concepción, en la actualidad, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, propuesto por China para ser el vehículo de la iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, tiene 77 países miembro, lo cual lo vuelve una de las instituciones de desarrollo multilateral más grandes del mundo.
A medida que la economía de China ha crecido en las décadas pasadas, más de 700 millones de personas han salido de la pobreza.
Vale la pena destacar que, después de haberse embarcado en sus propias transiciones económicas, la antigua Unión Soviética y Europa del Este sufrieron colapsos económicos, mientras China ha tenido mucho más éxito.
Durante los primeros años de la transición, China tenía una gran cantidad de empresas inviables propiedad del Estado en industrias de capital intensivo, como la manufacturera de equipo pesado y la acerera. En el mercado abierto y competitivo, estas industrias no podrían haber sobrevivido sin la protección y los subsidios. Por lo tanto, el gobierno chino subsidió estas empresas, pero abrió inversiones en industrias de mano de obra intensiva, en las cuales China disfrutaba de ventajas comparativas. Esta estrategia de doble tracción permitió que China mantuviera la estabilidad y lograra un rápido desarrollo.
Se utilizó una estrategia similar de doble tracción en la apertura de la economía robusta de China. La nación asiática restringió la entrada de capital extranjero en las industrias de capital intensivo, las cuales eran principalmente empresas propiedad del Estado y desafiaban las ventajas comparativas. En cambio, las industrias de mano de obra intensiva estuvieron abiertas para atraer la inversión extranjera.
Sin embargo, la transición de doble tracción tuvo un costo. La intervención y la distorsión del mercado provocaron el aumento de la corrupción y la distribución desigual del ingreso. Además, la contaminación empeoró en China con el rápido desarrollo de la manufactura. Para hacer frente a estos problemas, durante su primer periodo de cinco años como líder nacional, entre 2012 y 2017, el presidente Xi Jinping recurrió a la ayuda de su aliado Wang Qishan para llevar a cabo una campaña anticorrupción de gran alcance; propuso que se permitiera que el mercado tuviera un papel decisivo en la asignación de recursos mediante la eliminación de las distorsiones de la reforma de doble tracción; y defendió una estricta regulación ambiental, lo cual equilibraría el alto crecimiento con el crecimiento “verde”.
Conforme aumente la influencia económica de China en el mundo, también lo hará su influencia en la gobernanza global. Durante el decimonoveno congreso del Partido Comunista de China que se celebró en octubre, Xi se ganó el derecho a un segundo periodo de cinco años y se alzó como el líder supremo del país. Ahora tiene la labor de terminar la transición de China para convertirla en una economía eficaz de mercado abierto y contribuir a la formación de un nuevo orden pacífico y un nuevo modelo de desarrollo internacional.
En los años venideros, la nación continuará generando programas para eliminar la pobreza y el hambre, no solo dentro de sus fronteras, sino en todo el mundo. No obstante, en vez de seguir la práctica de las potencias occidentales de imponer sus valores e ideologías en otros países en vías de desarrollo como prerrequisito para otorgar ayuda humanitaria, China seguirá ofreciendo ayuda, comercio y oportunidades de inversión a los países en vías de desarrollo mientras se adhieran al principio de la no intervención.
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Pedro Luis Martín Olivares
Economía y Finanzas
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